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EL COLOR DE LAS FLORES

Hace unos años, en un pequeño pueblo a las afueras de Canadá, vivía una niña llamada Ana junto a sus dos padres adoptivos. Su casa era simple y bonita, y estaba rodeada completamente por flores de diversos tipos. Las preferidas de Ana siempre habían sido las rosas. Todo era muy bonito, pero en aquel pueblo también pasaba algo malo. Desde hacía décadas, las estaciones no existían: no se sentía el frío en invierno ni el calor en verano, los pájaros no cantaban en mayo y en septiembre los árboles se negaban a cambiar el color de su pelo y, posteriormente, dejarlo caer y volar. Nadie sabía por qué pasaba esto, pero tampoco se invertían fuerzas en descubrir la razón de este acontecimiento tan antiguo, por lo que en aquella aldea siempre hacía buen tiempo y las flores de los campos y los jardines permanecían siempre en buen estado. Esto era satisfactorio por una parte, pero también se deseaban las lluvias que nunca se producían o los alimentos que se habían dejado de plantar porque no daban fruto.

Llegó un punto en el que el pueblo comenzó a tener serios problemas ya que, como nunca llovía, las cosechas se echaron a perder y la gente empezó a pasar hambre. Ana estaba muy preocupada y quiso hacer algo para ayudar. Un día, salió a dar un paseo y por el camino se encontró con una anciana sentada en un banco. Presa de la desesperación y el hambre, la niña no pudo resistirse a preguntarle si sabía algo relacionado con el tema que tanto la inquietaba, a lo que la señora respondió: ``Es lo que nos estamos preguntando todos en estos momentos, pero nadie obtiene respuesta, la gente está mucho más preocupada en el color de las flores que en la falta de comida ́ ́. Decepcionada y triste, Ana se fue a su casa y se sentó en el patio trasero del jardín. Tenía que pensar una solución, porque como no se tomaran medidas, en menos de dos semanas estarían todos en la tumba. Pero no se le ocurría nada y empezó a aburrirse. Se levantó y observó un matorral de flores violetas que formaban una nube espesa de olores empalagosos. Se acercó un poco más y se dio cuenta de algo: entre todos esos capullos lilas había una rosa de color azul escondida en la parte más profunda del arbusto que parecía negarse a beber los rayos que el sol regalaba en ese precioso día de noviembre. Ana la tocó y notó inmediatamente que estaba muy fría. A la misma velocidad en la que cae un relámpago, se le vino a la mente la frase que había dicho la anciana sentada en el banco y sus palabras, en un principio insignificantes, empezaron a crear un eco en la mente de la niña: ``El color de las flores, el color de las flores, el color de las flores... ́ ́. Las ideas empezaron a coger forma. Ana corrió hacia el extremo opuesto del jardín y rebuscó entre unas margaritas, hasta que encontró una preciosa rosa naranja con olor a calabaza escondida de su mirada. En los extremos que quedaban, encontró una rosa amarilla y otra rosa, que como siempre, no se dejaban ver. Ana se planteó una pregunta: ¿Y si las estaciones estuvieran atrapadas en esas flores? Casi sin darse cuenta fue a su habitación y cogió las tijeras del colegio, las mismas que después usó para cortar las cuatro rosas que se unían formando una cruz. Cada vez que un capullo caía al suelo, soltaba un brillo acompañado de un ruido extraño. La última flor que cortó fue la naranja y, en seguida, sustituyendo al verde de los árboles que tan poco cuadraba en ese día de noviembre, las copas adoptaron tonos anaranjados y rojizos. Las estaciones volvieron al pueblo, en diciembre llovió y nevó, y en julio los habitantes de la aldea pudieron sentir por fin lo que era el calor. Ana devolvió al pueblo su estado natural, y a partir de ese momento su lema fue: "Siempre hay que tener en cuenta el color de las flores". Uxía

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