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Un final feliz.

Cuando las brujas empezaron a encogerse y a transformarse en ratones, mi abuela y yo empezamos a celebrarlo mientras la gente se marchaba asustada. Cuando todas las brujas terminaron la transformación, mi abuela se acercó a la Gran Bruja y la agarró por la cola. La Gran Bruja amenazó a mi abuela con transformarla en cucaracha, mi abuela se rio y la chantajeó diciéndole que si no le daba el antídoto, sería la cena de un gato callejero. La Gran Bruja se resistió, pero mi abuela es de palabra y estuvo a punto de lanzarla a la boca de un gato que pasaba por allí. La Gran Bruja aceptó; después, fuimos a su para fabricar el antídoto que era así:

-El hueso de una aceituna.

-Un chicle.

-Una pastilla de jabón.



Mi abuela mezcló todo esto pero no me lo hizo tomar, primero buscó a un ratón del hotel para hacerle tomar ese mejunje. Efectivamente, la bruja nos estaba engañando, ¡el ratón se convirtió en una cucaracha! Mi abuela estaba convencida de que la Gran Bruja estaba mintiendo y tenía razón. Mi abuela es una experta brujóloga y sospechaba que la pócima no tenía antídoto y que Bruno y yo nos tendríamos que quedar así para siempre. Pero mi abuela no podía dejar a la Gran Bruja de esa manera después de intentar convertirme en una repugnante cucaracha, así que decidió convertirla a ella en cucaracha. Yo habría preferido ser una persona, pero ser un ratón tampoco estaba tan mal y ahora Bruno podría comer todo lo que quisiera.


Xián 1º ESO B

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